3. Dentro de la maquinaria nazi

 

 

 

 

Para conseguir llevar adelante su sueño encaminado a desarrollar un cohete capaz de enviar a un hombre por el vacío del espacio, von Braun había tenido que pagar un precio. El primer pago lo hizo al aliarse con los militares para conseguir el soporte necesario para sus investigaciones. Pero no sería el último: para poder mantenerse en un puesto relevante dentro de la Administración nazi, tendría que hacer también otras concesiones.
La primera fue ingresar como miembro en el partido nazi. Aunque justo es reconocer que se resistió bastante a ello antes de hacerlo. No hay fuentes fiables sobre si Wernher von Braun era o no afín en aquella época a la ideología nazi o al nuevo Führer, aunque sí sabemos que su padre era claramente contrario a Hitler y sus métodos, y todo apunta a que Wernher mantenía, como mucho, una posición neutral al respecto. En cualquier caso, pasaron varios años con Hitler ya en el poder antes de que se afiliara al partido. No está clara la fecha en la que lo hizo, pues existen dos informaciones contradictorias al respecto que a día de hoy siguen sin aclarar, pero pudo ser el 15 de mayo de 1937 o el 1 de diciembre de 1938. Con anterioridad había intentado dejar pasar el tiempo soportando las presiones que recibía para formalizar su adhesión al régimen: no estaba bien visto en la Alemania nazi que un alto funcionario público no estuviese afiliado al partido único. Las presiones desde su entorno, como decimos, fueron bastante continuadas, y aunque en un principio simplemente optó por hacer oídos sordos, parece que finalmente comprendió que si quería continuar contando con el beneplácito de quienes financiaban sus trabajos, tendría que demostrar su lealtad al régimen con el carnet del partido.

 

17 Identificación de Wernher von Braun como empleado civil del ejército alemán.

 

Pero tampoco fue éste el único pago político realizado en aras de su aceptación por la élite dirigente. En 1940, un coronel de las SS estacionado en Stettin, no lejos de Peenemünde, le transmitía a von Braun el deseo del propio Himmler de ofrecerle un nombramiento como teniente segundo de este cuerpo de élite nazi, la rama militar del propio partido nacional-socialista. Según parece, von Braun intentó resistirse, alegando que sus trabajos con el desarrollo del A-4 lo tenían demasiado ocupado para compaginarlo con cualquier tipo de actividad política. Pero el coronel insistió, prometiéndole que el cargo no le robaría ningún tiempo, y que era el deseo de Himmler que así se hiciese.
Existen evidencias de que en esta ocasión nuestro hombre se lo pensó cuidadosamente antes de dar una contestación. No quería formar parte de aquel grupo de fanáticos con uniforme, pero también sabía que su negativa a aceptar ese «honor» podría traerle desagradables consecuencias. Debatiéndose entre una opción y otra, no dudó en consultar con sus más allegados entre los técnicos de la base báltica, como revelaría Gerhard Reisig, ingeniero jefe por entonces, a uno de los biógrafos de von Braun, Bob Ward. Los técnicos no supieron qué aconsejar a su jefe, excepto que consultase con el experto militar de su confianza, Walter Dornberger. Éste no lo dudó: Wernher debía aceptar el nombramiento; lo contrario no sólo sería una muestra de deslealtad al régimen, sino lo que es peor, una bofetada en la cara al todopoderoso y temible Himmler.
No es que la negativa le hubiera supuesto ningún peligro personal, pero sí es más que probable que hubiera perdido muchos puntos en las esferas gubernamentales. Su posición al frente del desarrollo de los cohetes podría haberse visto seriamente comprometida, y esto era algo a lo que sin duda von Braun no quería renunciar por nada del mundo. Si para seguir haciendo realidad su sueño tenía que ponerse el uniforme de las SS, lo aceptaría con disgusto como un mal menor.
Así que, tras recibir por escrito en otras dos ocasiones más la petición del coronel de Stettin para que aceptara la nominación, von Braun terminó por claudicar. Dos semanas más tarde se le comunicaba oficialmente su nombramiento como teniente segundo de las SS, recibiendo en adelante un ascenso todos los años. Cuando terminó la guerra, su rango era ya de comandante.
El cargo era poco más que simbólico, pues en lo sucesivo su rutina de trabajo apenas se vio afectada. Apenas vistió en alguna ocasión su uniforme de las SS, y sólo cuando parecía resultar imprescindible por razones de protocolo: por ejemplo, en una ocasión en que Himmler hizo una visita a Peenemünde, y cuando asistía a sus reuniones mensuales con una unidad de las SS sita en la base. De todas formas, todas las informaciones relacionadas con estas actividades se conocen en muy pequeño grado, ya que, lógicamente, el propio von Braun no fue muy dado a revelarlas una vez finalizada la guerra. Tampoco los norteamericanos que investigaron el pasado del ingeniero tras su rendición tuvieron interés en hacerlo público, por evitar la mala prensa, y aunque durante sus investigaciones el alemán fue interrogado al respecto bajo juramento, parece que no siempre dijo la verdad, según se ha sabido recientemente en entrevistas con testigos de la época. Por ejemplo, en una declaración jurada comentó que «Nunca nadie me pidió que reportase a nadie o que hiciera nada dentro de las SS». Sin embargo, el ex trabajador de la base y también miembro de las SS Ernst Kütbach reveló recientemente a la bbc que von Braun asistía a las reuniones mensuales con el grupo, si bien solía hacerlo solamente a la mitad de ellas, más o menos. Y a todas esas reuniones acudía con el uniforme puesto, como todos los demás miembros.

 

18 Una de las escasas fotografías donde aparece Wernher von Braun vistiendo el uniforme de las SS, detrás de Heinrich Himmler, durante una visita de éste a Peenemünde. Segundo por la izquierda, junto a Himmler, Walter Dornberger.

 

Parece lógico que el ingeniero quisiera pasar por alto en lo posible todos estos detalles en sus declaraciones a los norteamericanos. En la sociedad de la postguerra y en manos del antiguo enemigo, no parecía oportuno aparecer relacionado, por poco que fuera, con los más afines al régimen derrotado. En cualquier caso, la conclusión que se saca con los datos que se tienen hoy en día al respecto (aunque siguen siendo escasos) es que, efectivamente, von Braun asumía su papel de miembro de las SS cuando no tenía más remedio y sin el más mínimo agrado. Incluso probablemente se avergonzaba de ello: alguno de los ingenieros de Peenemünde ha declarado su perplejidad cuando en una ocasión se cruzó por la base con su jefe vestido con el uniforme negro; ante la mirada de incredulidad del técnico, von Braun se le aproximaría para justificarse diciendo que no había tenido más remedio que hacerlo.

 

 

19a-19b A partir de 1943, las visitas de altos mandos del ejército a Peenemünde se multiplicaron. En la inmensa mayoría de los casos, von Braun aparece vestido de civil.

 

Nuestro protagonista también formaría parte de otras asociaciones relacionadas con el partido nazi a lo largo de su vida, aunque en general se trataba de asociaciones culturales o deportivas promovidas por el partido. Se trataría, por tanto, de situaciones similares a las que vivieron muchos españoles en los años cincuenta, cuando era frecuente que los jóvenes participaran, por ejemplo, en campamentos de verano promovidos por la Falange, sin que sus padres fueran necesariamente partidarios del régimen. Así, Wernher von Braun se haría miembro de una escuela de equitación de las SS en Berlín en 1933, acudiendo dos veces por semana para recibir clases de monta; lo abandonaría en 1934. Ese mismo año, el aeroclub de Berlín donde el joven solía practicar su afición por la aviación deportiva, sería absorbido por el N.S. Fliegerkorps, o Cuerpo de Aviación Nacional-Socialista (von Braun dejaría el club al año siguiente). Otras asociaciones promovidas por el partido de las que formaría parte a lo largo de su vida en Alemania serían la daf (Deutsche Arbeitsfront, o sindicato único), la nsv (organización humanitaria nacional-socialista), el Deutsche Jagerschaft (club de caza) o el Reichsluffschutzbund (organización para la protección de los ataques aéreos). No sería el único: de los técnicos que finalmente serían trasladados a los Estados Unidos junto con su líder, aproximadamente el 80 % de ellos eran miembros del partido nazi o de asociaciones afines. La opinión más aceptada incluso entre los más críticos con von Braun es que ello no necesariamente significaba abrazar la ideología del partido, sino que simplemente era una actitud conveniente para poder seguir desarrollando su trabajo con tranquilidad. Uno de los más cercanos a nuestro protagonista lo expresaría así años más tarde: «Alemania era, en muchos aspectos, como los Estados Unidos: podías dar tu apoyo al gobierno aunque no te gustase el presidente. La diferencia es que como ciudadano americano, puedes expresar tus opiniones con entera libertad. En la Alemania nazi, perdías como mínimo tu libertad, y posiblemente la vida, si lo hacías.»
Por otra parte, son varios los comentarios de personajes que conocieron el ambiente de trabajo de Peenemünde relativos a la ausencia de politización en el grupo. El propio ministro Albert Speer escribiría tras la guerra que le resultaba agradable, como contraste a su vida habitual, «mezclarme con este círculo de jóvenes científicos e inventores ajenos a la política, encabezados por Wernher von Braun». También algunos técnicos de bajo rango de la base (lo que les hace no sospechosos de querer protegerse a sí mismos o a alguien más, dada su escasa relevancia, como técnico «de a pie») comentarían tras la guerra «la casi total ausencia de uniformes del partido nazi, de insignias del partido, y de actividades relacionadas con el partido en general». Sus biógrafos más críticos lo más que llegan a reconocer es que tanto von Braun como algunos de sus colegas pudieron sentirse orgullosos (como tantos alemanes) del ascenso en el marco internacional experimentado por Alemania tras la llegada de Hitler al poder, pero que, sin embargo, ninguno de ellos mostró signos de tener realmente ideología nazi.
Las SS entran en juego

 

Tras el lanzamiento con éxito de los primeros A-4 a finales de 1942, tanto Dornberger como su mayor aliado en el gobierno en relación con el proyecto, el ministro Speer, entendieron que era necesario poner en marcha la producción en serie de la nueva arma. Evidentemente, aún quedaba mucho por perfeccionar para hacerla realmente operativa, pero se esperaba que ello fuese cuestión de meses, y el curso por el que transcurría la guerra aconsejaba actuar con la mayor celeridad posible. Por ello, aunque por entonces Hitler aún no había dado su visto bueno oficial, ya en diciembre de 1942 comenzó a organizarse un equipo de trabajadores para la producción en serie del arma.
Albert Speer nombró a Gerhard Degenkolb como líder del nuevo Comité Especial A-4, creado para organizar la producción del cohete. Degenkolb, acérrimo nazi, había realizado una destacable labor anteriormente reorganizando toda la producción alemana de locomotoras, y este éxito fue lo que lo catapultó a la cabeza de la organización de la producción del A-4. El nombramiento no gustó nada a Walter Dornberger, que veía cómo un extraño ajeno al ejército y fanático venía a quitarle de las manos todo lo relativo a la producción de su cohete, pero no pudo hacer nada al respecto. Degenkolb comenzaría rápidamente a aplicar procedimientos de organización industrial totalmente ajenos a la burocracia militar que había dominado el proyecto hasta entonces, agilizando una actividad que se movía con la parsimonia típica del funcionariado militar.
En 1942, Peenemünde empleaba a 1.960 técnicos y científicos, junto con 3.852 trabajadores de menor cualificación; a ellos había que sumar varios millares más de personas que trabajaban bajo contratos externos en universidades, centros de investigación y fábricas. Pero pronto se detectaría que una de las mayores carencias del complejo era la escasez de mano de obra, un mal casi endémico en la Alemania de aquellos años, pues gran parte de los hombres en edad de trabajar luchaban en el frente. En abril de 1943, Arthur Rudolph, el ingeniero jefe de producción del A-4, visitó la factoría aeronáutica Heinkel, en un recorrido por las principales fábricas de Alemania para conocer sus métodos de producción y evaluar la posibilidad de incorporarlos a su proyecto. Allí contempló cómo buena parte de las tareas productivas eran llevadas a cabo por prisioneros, principalmente polacos, rusos y franceses. A estos prisioneros de guerra se les sumaban también los denominados «trabajadores invitados», personal civil reclutado en los países ocupados y a quienes se les pagaba un pequeño salario por su trabajo. Tras esta visita, Rudolph volvería a Peenemünde con las ideas muy claras: ya tenía la solución al problema de la mano de obra.
El uso de prisioneros como operarios, una acción que vulneraba la Convención de Ginebra, no era nuevo en Peenemünde: varios miles de estos reclusos habían sido utilizados recientemente en labores principalmente de construcción y otras tareas que requirieran mano de obra no cualificada. Pero la novedad era que ahora serían utilizados en puestos de carácter más técnico, como la propia fabricación de los cohetes.
El proceso se puso rápidamente en marcha, y en junio se solicitó el envío a la base báltica de mil cuatrocientos prisioneros extraídos de los campos de concentración de las SS. Al mismo tiempo, comenzaba a construirse la primera línea de montaje para los A-4; los trabajos finalizaron el 16 de julio, una semana después de que Dornberger y von Braun recibieran el visto bueno del Führer tras su reunión en Rastenberg. Con el proyecto situado ahora a la cabeza de las prioridades del Estado en materia de producción bélica, las actividades en este sentido recibirían un fuerte empujón.

 

20 Línea de producción del A-4 en Peenemünde. En primer plano, línea de depósitos de propulsante, algunos antes de ser cubiertos con la chapa exterior que formaba el cuerpo del cohete.

 

En agosto de 1943 se decidía que, prácticamente, toda la producción en serie de la nueva arma sería llevada a cabo por prisioneros, reservándose a los técnicos alemanes para tareas de mayor nivel. La relación de presos a alemanes en la línea de producción ascendía así hasta unos diez ó quince detenidos por cada trabajador germano. Las SS, encargadas de administrar los campos de los que eran extraídos dichos prisioneros, se convertirían por tanto no sólo en los proveedores de mano de obra, sino también en los encargados de organizar la producción. Para conseguir una mayor eficiencia en el manejo de esta mano de obra forzada, se habilitaría un pequeño campo de prisioneros dentro de las propias instalaciones de Peenemünde, en los sótanos del mismo edificio en el que se llevaba a cabo la producción en serie.
Mientras en la costa del Báltico los trabajos se aceleraban con vistas a poner en servicio el primer misil balístico de la historia, los aliados comenzaban a sospechar de las tareas llevadas a cabo en aquella ubicación secreta. La primera pista la habían recibido a finales de 1939, poco después de que estallara la guerra con la invasión de Polonia. Un comunicante anónimo depositó una serie de documentos en el buzón de la embajada británica en Oslo en los que se detallaban gran parte de los nuevos proyectos de carácter bélico en marcha en Alemania en aquellos días; entre ellos se hallaba, evidentemente, el A-4. Los británicos no concedieron en principio mucha credibilidad a la carta, pero sus opiniones al respecto comenzarían a cambiar cuando empezaron a recibir imágenes de aviones de reconocimiento que habían sobrevolado la zona de Peenemünde.
Los papeles de Oslo

 

La mañana del 4 de noviembre de 1939, el agregado naval de la embajada británica en Oslo había encontrado un extraño paquete en el buzón de la delegación diplomática. Se trataba de un conjunto de nueve folios escritos a mano en alemán, sobre lo que parecían ser armas secretas desarrolladas en Alemania. El sobre que lo contenía no daba ninguna pista sobre el autor o el propósito de este envío, apareciendo simplemente las palabras De un científico alemán bienintencionado.
Hacía dos meses que había comenzado la guerra en Europa, y la recepción de estos papeles dejó perplejos a los responsables de la embajada. Lo que en adelante sería conocido como «el informe de Oslo», «la carta de Oslo» o «los papeles de Oslo», fue rápidamente enviado por valija diplomática a Londres para su análisis.
El mi6, el servicio secreto británico, fue el encargado de analizar el contenido del documento, contando con expertos civiles para esta tarea. Entre ellos estaba Reginald Victor Jones, doctor en Física y funcionario civil del Ministerio del Aire. Jones sería uno de los pocos que darían crédito al contenido del informe.
Lo que éste contenía parecía a primera vista de un valor extraordinario para la inteligencia británica, al exponer en gran detalle buena parte de los últimos desarrollos alemanes en tecnología bélica. Pero al mismo tiempo, los ingenios descritos resultaban tan avanzados para la época que el servicio secreto pronto desechó su contenido como pura fantasía: probablemente no era más que un intento de desorientar y desmoralizar a los británicos, colocado en el buzón de la embajada por algún espía alemán.
El informe describía una sorprendente variedad de armas y tecnologías futuristas: bombas volantes autoguiadas y cohetes de largo alcance capaces de transportar una gran carga explosiva, que estaban siendo desarrollados en alguna isla del Báltico; sistemas de radio capaces de guiar a los bombarderos hasta su objetivo, sistemas de radar, aviones propulsados por motores cohete... Todo ello acompañado en ocasiones de bastantes detalles técnicos, especialmente en lo relacionado con los sistemas de navegación por radio, de los que se llegaban a incluir esquemas.
Los analistas británicos no creyeron posible que un solo científico alemán pudiera poseer tal cantidad de información. Por otra parte, algunas declaraciones del informe resultaban poco o nada creíbles, como cuando se exponía que la producción de bombarderos Junkers Ju-88 alcanzaba la cifra de 5.000 unidades al mes. Efectivamente, el informe contenía algunos errores menores como éste, pero en su globalidad era de una notable veracidad. Cuando los servicios secretos ingleses lo descartaron como falso, cometieron uno de los mayores errores de la historia de la inteligencia militar.
Pero aunque el mi6 desechó la fiabilidad del informe, el doctor Jones mantuvo vivo en su mente el recuerdo de lo allí recopilado, al creer que podía ser bastante más veraz de lo que opinaba el resto del equipo. Ello le sería de utilidad al año siguiente, cuando, con la ayuda de la información de aquellos documentos, llegaría a descifrar los sistemas de navegación por radio alemanes que guiaban a sus bombarderos en los raids hacia Londres. De esta forma, los británicos pudieron desarrollar contramedidas que interfirieran en los haces de radio alemanes, consiguiendo así que muchas bombas cayeran finalmente lejos de su objetivo.
En cuanto a la existencia de la V-2, mencionada en el informe, no sería tomada en serio hasta marzo de 1943; fue entonces cuando los servicios de inteligencia captaron una conversación al respecto entre dos generales alemanes capturados y recluidos en una habitación con micrófonos ocultos. En breve se enviarían aviones de reconocimiento por la costa alemana del Báltico que, finalmente, darían con la ubicación secreta de Peenemünde.
El autor del informe de Oslo permaneció en el anonimato durante muchos años. Su identidad no sería conocida en círculos gubernamentales hasta varios años después del fin de la guerra, y aún después, se mantendría en secreto para evitar posibles represalias por parte de sus compatriotas por traidor. Su propia familia permanecería ajena a los hechos hasta 1977, haciéndose finalmente público en 1989, en un libro escrito por el propio R. V. Jones. Se trataba del prestigioso físico y matemático Hans Ferdinand Mayer.
Mayer fue arrestado por la Gestapo en 1943 bajo la acusación de traición, por escuchar la bbc y expresar sus opiniones sobre el régimen con demasiada libertad. Pasó dos años en campos de concentración, aunque afortunadamente para él, nunca fue relacionado con los papeles de Oslo.
El ataque

 

En mayo de 1943, la RAF envió un Mosquito en vuelo de reconocimiento fotográfico por la costa alemana del Báltico. El avión dio con la ubicación de la base de investigación, y a su vuelta las fotos revelaron las primeras imágenes de lo que parecía ser una bomba volante (la Fi-103 desarrollada por la Luftwaffe, que se convertiría en la famosa V-1) y de un gran cohete (el A-4, que pronto se convertiría en la V-2), además de un pequeño avión cohete de nuevo desarrollo.
La base secreta alemana había sido descubierta, y sólo quedaba preparar el ataque. Con una Luftwaffe ya muy desgastada y con la retaguardia aliada bien nutrida por los envíos de material desde los Estados Unidos, Inglaterra decidió atacar en la noche del 17 de agosto de 1943.
Aquella noche, 497 bombarderos pesados ingleses de tipo Halifax, Lancaster y Stirling escoltados por centenares de cazas, atacaron durante cuarenta y cinco minutos la base alemana de Peenemünde con bombas convencionales e incendiarias. Su objetivo principal no sólo era destruir las instalaciones sino, sobre todo, matar al equipo de técnicos que desarrollaba las nuevas tecnologías bélicas. Su principal objetivo era liquidar a von Braun.
Cuando el ataque finalizó, un infierno de escombros y fuego imperaba en la base. Sin embargo, el daño había sido mucho menor del que los ingleses hubiesen deseado. Murieron 735 personas, pero sólo 178 de ellos pertenecían al grupo de cerca de 4.000 alemanes que vivían en las instalaciones (entre trabajadores y sus familias). Las otras 557 víctimas habían sido prisioneros de guerra rusos y polacos atrapados en el campo de internamiento situado dentro del perímetro. De los 178 alemanes muertos, sólo uno era un técnico de primera fila del equipo de colaboradores de von Braun: se trataba de Walter Thiel, responsable del diseño y desarrollo de los motores. El resto eran ingenieros, técnicos y sus familias.

 

 

21a-21b. Imágenes de Peenemünde tras el ataque de la RAF en 1943. Pese a la espectacularidad de los daños, el efecto real en el desarrollo del A-4 fue escaso.

 

Con el comienzo del ataque, von Braun y un gran número de técnicos corrieron a refugiarse en el búnker subterráneo situado en las cercanías del edificio donde se ubicaba la dirección técnica de la base. Entre ellos estaba también la joven Kersten, secretaria personal de von Braun. Ella recuerda cómo, una vez pasada la oleada de bombarderos, su jefe gritó: «¡Todo el mundo fuera, salvad los documentos!»; a continuación comenzó una carrera desesperada de los principales líderes técnicos, von Braun incluido, para intentar salvar del incendio los planos y documentación técnica relativos a sus investigaciones. Aquí y allá se veían personas correr con sus brazos llenos de planos y de carpetas, en un intento de salvar de las llamas los esfuerzos de los últimos años.
El propio von Braun tomó a Kersten de la mano mientras ambos se adentraban en uno de los edificios en llamas. Corriendo escaleras arriba, intentaban llegar al despacho en el que, en el interior de una caja fuerte de la que el ingeniero tenía la llave, se encontraban documentos secretos de contenido vital para sus trabajos. «Estábamos rodeados por las llamas, una pared había desaparecido por completo, y el resto estaba ardiendo», recuerda su ex secretaria. La caja fuerte yacía en el suelo medio reventada, pero con su contenido intacto. Kersten fue condecorada por su ayuda en el salvamento de estos documentos.
Los días que siguieron al ataque resultaron extenuantes para la mayor parte del personal de la base. Aunque los efectos del bombardeo no habían sido tan letales para el proyecto como los ingleses hubiesen deseado, lo cierto era que el trabajo de reconstrucción que los alemanes tenían por delante era ingente: edificios y maquinaria, vehículos y carreteras, no había infraestructura dentro de la base que no hubiese resultado dañada en mayor o menor medida. Todo el personal fue puesto manos a la obra para devolver las instalaciones a la operatividad. Hermann Oberth, que por entonces estaba en Peenemünde en calidad de asesor técnico pero, principalmente, como amigo personal de von Braun, recuerda cómo le impresionó la capacidad de trabajo y de organización de su antiguo protegido en aquellos días: «Todo el mundo estaba extremadamente agotado. Sin embargo, en catorce días todas las operaciones habían vuelto a la normalidad. Von Braun no dormía más de tres o cuatro horas diarias, pero no se le notaba. Como siempre, aparecía calmado, amigable, amable y ecuánime con todo el mundo».
Himmler toma el control

 

Cuando el ataque tuvo lugar, cuatro plantas de producción para los A-4 estaban siendo construidas en diferentes lugares a lo largo de Alemania y Austria. Durante el mes de septiembre, diferentes ataques aéreos se sucedieron a lo largo de dos semanas contra estas plantas de producción. Estaba claro que la entrada en servicio de la nueva arma peligraría seriamente si no se ponía remedio a esta situación, y el lugarteniente de Hitler y jefe de las SS y la Gestapo, Heinrich Himmler, vio la ocasión de hacerse con el control.
Himmler había demostrado su enorme interés por la nueva arma ya antes de que Hitler diera su aprobación definitiva el mes de julio anterior. De hecho, había estado cortejando a von Braun desde 1940, cuando le insistió para que formara parte de las SS; desde entonces, había visitado Peenemünde dos veces, y había aprovechado cada ocasión que se le presentaba para ir ganando poco a poco alguna parcela de poder en lo que comenzó siendo coto privado de la Wehrmacht y del ministro Speer. La introducción de mano de obra esclava a partir de los campos de concentración de las SS, tomando así el control indirecto de la producción, fue un gran paso, pero ahora se le ofrecía la oportunidad de ir más allá.
Los ataques aéreos demostraban que la producción del A-4, tal y como había sido planeada por Speer, era vulnerable. Con estos argumentos, Himmler convenció al Führer para que ordenara trasladar toda la producción a instalaciones subterráneas, y para que fueran las SS quienes en lo sucesivo se hicieran cargo de ella.

 

22. El general de las SS, Hans Kammler, hombre de confianza de Himmler que asumiría la producción de la V-2.

 

Himmler nombró al general de las SS Hans Kammler como responsable de la construcción de las nuevas instalaciones. Kammler tenía a su cargo la construcción y la gestión de todos los campos de concentración alemanes, incluidos, naturalmente, aquellos de los que se nutrían de trabajadores las plantas de Peenemünde. Arquitecto de profesión en la vida civil, bajo su dirección se había arrasado el ghetto de Varsovia tras la revuelta de los judíos, y también había sido el diseñador de campos como el de Auschwitz, incluidos sus crematorios y cámaras de gas. Kammler decidió utilizar unas minas abandonadas situadas en las montañas Harz, a unos cuatrocientos kilómetros al sudeste de Peenemünde y cerca de la localidad de Nordhausen, para convertirlas en la futura planta de producción del cohete A-4 y de otras armas del Tercer Reich. Utilizando prisioneros de sus campos de concentración, los antiguos túneles de la mina serían agrandados y adaptados para dar cabida a una gran fábrica de la que saldrían las joyas de la tecnología bélica de la época: bombas volantes, aviones a reacción y misiles A-4, entre otros. La nueva fábrica sería conocida bajo el nombre de Mittelwerk (factoría central).
Aquel fue un trago amargo para los dos hombres que, desde el lado técnico y el militar, habían dirigido hasta entonces las actividades en Peenemünde. Dornberger había quedado a cargo tan sólo de ultimar las operaciones de desarrollo del arma; von Braun, aunque seguía siendo el director técnico, no parecía sentir simpatías hacia Himmler, algo que su entonces secretaria recuerda bien: «Cuando los jefes nazis, Himmler, Goring y otros, venían a ver los lanzamientos, el doctor von Braun lo odiaba». También él mismo en sus memorias señala que uno de los periodos más bajos en su estado anímico «comenzó en el otoño de 1943, cuando Himmler y sus hombres de las SS arrancaron de nuestras manos el control del programa A-4 para forzar su producción masiva y el despliegue militar del cohete antes de que se hubiera completado su [campaña de] desarrollo y ensayos».
Pero Himmler no se detuvo ahí en su estrategia para hacerse con el control de Peenemünde. En febrero de 1944, telefoneó personalmente a von Braun invitándole a que le visitara en sus oficinas de Hochwald. Lo que sucedió en esta entrevista lo conocemos solamente de boca del propio ingeniero, por lo que no hay confirmación por otras fuentes, pero encaja con los hechos contrastados que rodearon el incidente.
Como era norma habitual en Himmler, von Braun acudía a la cita sin conocer el motivo para su convocatoria; como él comentaría varias veces, en esas condiciones y conociendo a su anfitrión, igual podía ser para recibir una condecoración que para escuchar una condena a muerte por alguna causa desconocida. A pesar de todo, destacaba von Braun, Himmler era en el trato extremadamente educado, y más parecía un apacible profesor rural que el villano sin escrúpulos que realmente era.
Según relata nuestro protagonista, la entrevista tendría lugar en los siguientes términos: «Espero que se dé cuenta», empezó Himmler, «de que su cohete A-4 ha dejado de ser un juguete, y que todo el pueblo alemán espera ansiosamente ese arma misteriosa... En cuanto a usted, me imagino que habrá estado seriamente obstaculizado por la burocracia del ejército. ¿Por qué no se une a mi equipo? Estoy seguro de que sabe que nadie tiene tal acceso al Führer [como yo], y le prometo mucho más apoyo efectivo que el de esos generales carcamales».
«Herr Reichsführer», respondería von Braun, «no podría pedir un jefe mejor que el general Dornberger. Los retrasos que aún estamos sufriendo se deben a problemas técnicos, y no a la burocracia. ¿Sabe?, el A-4 es como una pequeña florecilla. Para que florezca, necesita la luz del Sol, una cantidad apropiada de fertilizante, y un jardinero cuidadoso. Me temo que lo que usted está esperando es que se le eche un montón de estiércol. Y, ¿sabe?, eso podría matar a nuestra florecilla».
Según von Braun, tras sus palabras Himmler se limitó a sonreír débilmente, y en su actitud denotó sentirse ofendido por la respuesta. Leyendo sus palabras, la impresión es que el ingeniero actuó de forma un tanto inconsciente, expresando su rechazo al todopoderoso lugarteniente de Hitler de forma tan clara y rotunda. Es posible que en realidad la reunión no se desarrollase exactamente en esos términos, y que más tarde los relatase de forma un tanto adornada a su favor; eso nunca lo sabremos. Pero sí parece creíble que el contenido de la entrevista fue más o menos acorde con el relato de von Braun, a tenor de lo que sucedería poco después.
Tres semanas más tarde, el 15 de marzo de 1944 a las dos de la madrugada, Wernher von Braun era repentinamente despertado por unos fuertes golpes en la puerta de su casa en Koserow, a diecinueve kilómetros de Peenemünde. Al abrir, se encontró frente a tres agentes de la Gestapo (la policía política del régimen) que habían acudido a arrestarlo. Junto a él caerían también otros miembros de su equipo, entre los que se encontraban su hermano pequeño, Magnus, y figuras importantes en la base como Klaus Riedel y Helmut Grottrup. Previamente, se había alejado a Dornberger de las instalaciones con alguna excusa para que no pudiese poner ningún impedimento a los arrestos.
Los técnicos fueron trasladados a una prisión de las SS en Stettin bajo la acusación de traición, aunque pasaría un tiempo hasta que se formulasen los cargos contra ellos. Finalmente, se les acusó de intentar sabotear el esfuerzo bélico por dirigir sus miras hacia el vuelo espacial y no hacia la creación de un arma de guerra.
Siguiendo las prácticas habituales en la Alemania de aquellos días, la Gestapo tenía un expediente abierto para cualquier personaje relevante del país. Sus pasos eran cuidadosamente vigilados, registrando cualquier detalle que pudiera ser causa de acusación en el futuro. La intención de todo ello era no sólo descubrir verdaderos traidores o espías, sino también tener armas para el chantaje o para retirar a un personaje molesto de la circulación en un momento determinado. Probablemente, la actuación contra los hombres de Peenemünde iba más bien encaminada hacia la coacción: tras el fracaso de Himmler para conseguir el apoyo de von Braun en su intento de hacerse con el poder, la acción de la Gestapo probablemente ayudaría a hacerle cambiar de parecer.
En el caso concreto del director técnico, las pruebas de la acusación consistían en un comentario escuchado en un compartimiento de tren, según el cual declaró estar más interesado en el A-4 como vehículo espacial que como arma. También hubo testigos (una mujer, espía de las SS) que aseguraron haberle escuchado hacer declaraciones similares durante una fiesta celebrada en Zinnowitz, un pueblo cercano a la base. Por otra parte, Himmler destacaría el hecho de que von Braun siempre contaba con un avión a su disposición dentro de la base, con el que podría escapar a cualquier lugar de Europa cuando le fuese necesario; de hecho, se sugirió que el avión estaba siempre listo para el despegue, esperando el momento en el que el ingeniero huiría con los secretos del A-4 hacia Inglaterra.
El informe sobre von Braun abundaba además en detalles que reforzarían la acusación, incluidos descuidados comentarios políticos realizados años atrás. Cualquier pequeño desliz al respecto en una conversación distendida podía ser captado por oídos de la Gestapo y ser rápidamente registrado para cuando fuese necesario. Y el dossier que habían recopilado sobre von Braun podría ocasionarle ahora un serio disgusto.
La situación era grave para el ingeniero. Walter Dornberger se enteró de los arrestos al día siguiente por la tarde, y su reacción fue de auténtico estupor: aquello no tenía ningún sentido, esos hombres estaban trabajando para el Reich, ayudando al esfuerzo bélico... ¿quién podía acusarles de traición, cuando precisamente vivían para su trabajo? Al día siguiente, comparecía delante del mariscal Keitel para pedirle que intercediera a favor de sus hombres, pero sin éxito. Keitel confirmó que los cargos eran graves, y que los técnicos tenían su vida en juego... y también afirmó sentirse impotente ante la Gestapo: «No puedo liberarlos sin la autorización de Himmler», le dijo a Dornberger. Aunque no se trataba sólo de una cuestión de jurisdicción: «Debo evitar que alguien piense que soy menos estricto con estas cosas que la policía secreta de Himmler. Ya conoce mi posición aquí: estoy vigilado. Todas mis acciones son escrutadas. Hay gente que sólo está esperando a que cometa un error». En resumen, no podía esperarse ninguna ayuda del máximo responsable del ejército.
Dornberger no se rindió. Tras esta entrevista, intentó reunirse con el mismísimo Himmler, aunque sin éxito: un simple general no merecía la audiencia del Reichsführer de las SS, siendo desviado hacia el general Han Kaltenbrunner, del mismo cuerpo. Sin desfallecer, Dornberger se dirigió al encuentro del general en Berlín, donde fue recibido en su lugar por el jefe de la Gestapo, el general de las SS Heinrich Müller, por encontrarse Kaltenbrunner ausente.
Ante las protestas de Dornberger, Müller intentó quitarle hierro al incidente: los técnicos no estaban arrestados, sino «bajo custodia». Pero al ver que sus palabras no hacían mella en el general, cambió su táctica, pasando a las amenazas, e informándole de que tenían un dossier sobre él tan grueso como el que había llevado allí a sus hombres. Sin arredrarse, Dornberger replicó que si tenían algo contra él, podían detenerlo allí mismo. Finalmente, la reunión terminó como había comenzado, sin ningún avance que pudiera favorecer la suerte de von Braun y sus colegas.
Durante los días siguientes, continuarían los esfuerzos de Dornberger para liberar a sus hombres, contando para ello con la ayuda del ministro Albert Speer, enemigo declarado de Himmler. Con su apoyo, conseguirían convencer a Hitler para que firmase una orden de libertad bajo fianza para el director técnico. Sus argumentos fueron que, sin él, el proceso de puesta a punto del A4 se resentiría gravemente. Con sus esperanzas puestas en este arma para darle un vuelco a la guerra, el Führer aceptó la petición. Dos semanas después de su arresto, cuando iba a reunirse la comisión de investigación, la Gestapo liberaba a los detenidos «provisionalmente», por un periodo de tres meses, que finalmente se convertiría en indefinido; alguno de ellos, como Grottrup, seguiría técnicamente bajo arresto domiciliario al término de la guerra.
Von Braun escapó así a la cárcel sin haber sufrido torturas ni ningún otro trato vejatorio. Algo en cierto modo sorprendente, teniendo en cuenta los métodos habituales de la Gestapo para con sus detenidos políticos; lo que podría demostrar una vez más que, en realidad, su arresto había sido una maniobra de Himmler para conseguir sus objetivos, y que mientras se encontraba en prisión el técnico había estado protegido en la sombra por el propio lugarteniente de Hitler.
La maniobra le salió mal al líder de las SS, pero por poco tiempo. En cuestión de meses, un acontecimiento imprevisto le proporcionaría la oportunidad de asumir el poder que tanto ansiaba.
El 20 de julio de 1944, el teniente coronel Klaus von Stauffenberg atentó contra Hitler en su cuartel general, colocando un maletín bomba en la sala de reuniones donde éste se reunía con su estado mayor. La bomba mató a un hombre e hirió gravemente a otros doce, de los cuales tres morirían más adelante, pero Hitler escapó a la muerte con simples daños en los tímpanos y erosiones y laceraciones varias. Stauffenberg contaba con colaboradores en Berlín que debían hacerse con el gobierno tras la muerte de Hitler, pero con el fracaso del atentado, todo se vino abajo: a finales de ese mismo día, las SS habían atrapado a Stauffenberg y al resto de los conspiradores, prácticamente ejecutándolos en el acto.
Stauffenberg era uno de los principales subordinados del general Friedrich Fromm, comandante en jefe del ejército metropolitano y responsable de los servicios de armamento del ejército, lo que incluía al general Dornberger. Aunque Fromm era inocente del complot contra el Führer, su proximidad con el autor del atentado le convirtió también en sospechoso, siendo arrestado y relevado de su cargo, y transfiriéndose todas sus responsabilidades al lugarteniente de Hitler, Heinrich Himmler. Finalmente éste conseguía lo que no había logrado unos meses atrás: ponerse a la cabeza del programa de desarrollo de los A-4.
Pero no por mucho tiempo. Desde hacía algunos meses, se había estado planeando reconvertir Peenemünde de establecimiento militar a fábrica civil, un complejo industrial civil de propiedad estatal. El 1 de agosto de 1944, las instalaciones pasaban a llamarse Elektromechanische Werke, ekw, o Industrias Electromecánicas. El ejército traspasó todos los cargos a industriales civiles, y las SS de Himmler se vieron privadas de su esperado premio. Tras doce años como responsable último de Peenemünde, Dornberger se veía obligado a pasar a otros el testigo, mientras von Braun, gracias a su valía técnica, conseguía mantenerse como el empleado de mayor nivel de la nueva compañía, ejerciendo en la práctica el mismo puesto que había venido desempeñando hasta entonces.
No obstante, las SS sí conseguirían una pequeña parcela de poder adicional en esta materia: el control de las operaciones bélicas del nuevo misil. Serían tropas de las SS las encargadas de desplegar y lanzar las nuevas armas cuando estuvieran operativas, arrebatando esta responsabilidad al ejército. Y sería el teniente general de las SS Hans Kammler, el mismo que ya tenía bajo su mando la producción en Mittelwerk, el responsable de dichas operaciones. Operaciones que, a finales de 1944, estaban ya finalmente a punto de comenzar.