ISSN 2773-7705
Periodo. Enero – Junio 2021
Vol. 4, Nro. 1, Publicado 2021-06-30
https://revistas.itsup.edu.ec/index.php/higia
Michelena, Mora, & Miranda, 2014) buscando
mejores entornos y estilos de vida para los
adolescentes. Una alimentación saludable se
establece como uno de los más importantes
factores para una adecuada y optima salud que
brinde calidad de vida al ser humano, por esta
razón una alimentación inadecuada proporciona
mayor riesgo de enfermedades o de un desbalance
nutricional (Morales, 2020). Los estilos de vida
son la base fundamental para la prevención de
enfermedades crónicas no transmisibles a futuro.
La Organización Mundial de la Salud acepta como
adolescencia a los individuos entre 10 a 19 años de
edad; considerando dos fases: la adolescencia
temprana de 11 a 14 años y la adolescencia tardía
de 15 a 19 años. Esa etapa de vida se considera una
fase de transición gradual de la infancia a la edad
adulta representando uno de los periodos más
importantes del ciclo de la vida del ser humano,
pues es el momento en que el crecimiento y el
desarrollo se completan y culminan en la plena
capacidad reproductiva (Ministerio de Salud
Pública del Ecuador, 2012).
La adolescencia es una etapa muy importante en el
desarrollo de la persona esto involucra muchos
cambios tanto fisiológicos como psicológicos.
Estos cambios influyen sobre el comportamiento,
necesidades nutricionales y hábitos alimentarios.
La adolescencia se caracteriza por un intenso
crecimiento y desarrollo fisiológico, hasta el punto
que se llega a alcanzar en un periodo relativamente
corto de tiempo el 50% del peso corporal
definitivo. En consecuencia, las necesidades de
energía y nutrientes van a aumentar en la
adolescencia (ALvarado & Barros, 2016).
El estilo de vida de determinados grupos de
población especialmente de los adolescentes puede
conducir a hábitos alimentarios y modelos
dietéticos, que se comporten como factores de
riesgo para la salud y se desencadenen en
enfermedades crónicas. Las presiones
publicitarias, los regímenes de adelgazamiento
programados para adaptarse a la sociedad, los
horarios irregulares en cada tiempo de comida, etc.
Son factores que pueden convertirse en un riesgo
nutricional para los adolescentes (Martínez, Cobo,
& Carbajal, 2011) y más ahora que el mundo
entero se ve inmerso en una crisis sanitaria, debido
a esto muchas personas han perdido sus trabajos, y
por ende su alimentación ha sido la más afectada
llevando a sus paladares comidas muy bajas en
nutrientes, minerales y proteínas.
Según la Organización Mundial de la Salud, la
nutrición es la ingesta de alimentos en relación con
las necesidades dietéticas del organismo. Una
buena nutrición (una dieta suficiente y equilibrada
combinada con el ejercicio físico regular) es un
elemento fundamental de la buena salud
(ALvarado & Barros, 2016). Una mala nutrición
puede reducir la inmunidad aumentar la
vulnerabilidad a las enfermedades, alterar el
desarrollo físico y mental y reducir la
productividad (Organización Mundial de la Salud,
2016). Por lo tanto, es muy importante realizar la
evaluación del estado nutricional de los
adolescentes, teniendo en cuenta que la
malnutrición tanto por déficit (desnutrición y
carencias especificas) o por exceso (obesidad)
tiene una alta prevalencia de la adolescencia y que
ello condiciona la movilidad y mortalidad en los
mismos (PUCE, Escuela de medicina, 2015).
Debido a que la juventud se encuentra en una etapa
crucial en el desarrollo de la persona donde se van
adquiriendo hábitos que en la mayoría de los casos
se mantienen en la edad adulta, estos pueden
afectar positiva o negativamente su salud los
hábitos de riesgos incrementan de forma notable la
probabilidad de desarrollar ciertas patologías en la
vida adulta sobre todo generando trastornos de
comportamiento alimenticio (Pérez & Bencomo,
2015).
Estos hábitos alimentarios han sido más afectados
durante la pandemia por COVID-19, al parecer los
consumidores han tendido a preferir dietas menos
nutritivas, menos frescas y más económicas. Dicha
decisión podría explicarse por una disminución
significativa del ingreso económico y las
restricciones a la movilidad impuestas para evitar
la propagación del coronavirus (CEPAL, 2020).
Una mala nutrición supone mayores riesgos de
contraer enfermedades. En América Latina y el
Caribe hemos convivido en tiempo recientes con
alarmantes cifras de malnutrición por sobrepeso,
obesidad y desnutrición. Un problema de salud
pública aún más graves en tiempo de pandemia
(CEPAL, 2020). Según cifras de la Organización
Mundial de la Salud, ya la población mundial cerca
de 35 millones de personas moría cada año por
enfermedades crónicas no transmisibles, que son
ocasionadas por una alimentación inadecuada,
además se afirma que un aproximado de 5% de
estas muertes corresponden a personas en edad
estudiantil a consecuencia de los hábitos
alimenticios que tiene la población en relación con
el estado nutricional, lo que conlleva la presencia
de enfermedades metabólicas (Cedeño & Cevallos,
2017).
Por ende, estos malos hábitos alimenticios pueden
ser un importante factor de riesgo para el desarrollo
de enfermedades como obesidad, enfermedad
coronaria, cáncer, diabetes, entre otras (FAO,
2003). Actualmente la prevalencia de estas
enfermedades ha aumentado de manera alarmante
a nivel mundial, de manera que anualmente las
enfermedades crónicas no transmisibles causan 35
millones de muertes, 75% de las cuales se
producen en países de ingresos económicos bajos
y medios (OMS, 2016).
La Organización Mundial de la Salud ha estimado
que el 16.23% de las mujeres y el 3.3% de los